lunes, 10 de agosto de 2015

Decadente seducción napolitana


Hay ciudades y ciudades, y Nápoles está en el grupo ese, junto con Oporto o La Habana, en el que son necesarias gafas especiales para verlas. Deberían regalarlas en las oficinas de turismo, gafaguías las llamaría. Disponibles en varios idiomas.


Sin ellas vas por la ciudad perdido. Ves gente loca conduciendo donde hay jóvenes napolitanos que se creen centauros en su motos

Sin ellas ves fachadas sin pintar cuando son viejos palacios de viejos nobles arruinados

Sólo ves edificios donde hay recuerdo a la resistencia antiborbónica, lugar para guardar memoria de rebeliones populares

Si te las pones en tu idioma, empiezas a buscar al Gran Capitán, al rey de las Dos Sicilias, a la más española de las italianas, a la más libertina de las beatas y a la más señora de todas las golfas.

Yo tampoco soy un fulano con la lágrima fácil, pero Sabina se olvidó de Nápoles.  Si quiso colarse en el traje de alguien, pocas ciudades le hubieran dado más opciones.


De una ciudad de la que se dice con orgullo: “Ver Nápoles, y después morir” yo me enamoré. La que sabe mentir y rezar, divertirse y pasarlas canutas, abandonarse y embellecerse.
Y al que no le guste siempre le quedará Disneyland


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