Alguien me dijo alguna vez que para qué gastar el poco
dinero que tenemos en viajes, con lo poco que duran, con lo caros que son.
Digo yo que pensaría que terminado el viaje, todo se
habría acabado, y él ya no tendría ese dinero tan malamente gastado. Acaso no
le quedaría nada, excepto unas pocas fotos borrosas y unos pocos vídeos
movidos.
Y yo no supe qué responderle, o mejor dicho, en realidad sí
lo sabía, pero me resultaba tan ardua y tan extensa la explicación, que me dio
pereza. Tenía la sensación de que le hacía falta por lo menos un máster para
entenderlo, y yo no tenía el doctorado universitario necesario para
explicárselo
Así que me quedé
callado mientras asentía a su "medaigualdóndehayasestado" y a su
"esqueyoconlosniños..."
En realidad me quedé callado pensando en un vaso de medio
litro de cerveza de trigo en la plaza del mercado de Varsovia.
Podía haberme
acordado de Roma, de Nueva York o de Praga. De algún puerto de los alpes, de la
ola de calor en Bosnia y Albania o de los cero grados en el Stelvio con ropa de
verano.
Sin embargo me acordé de aquella cena y aquel vaso de cerveza, y me
acordé de Varsovia.
Y llegué a la conclusión de que sólo por aquella cerveza por
unos pocos "lotis" había merecido la pena aquel viaje. En algún sitio
estaba escrito que era en Varsovia dónde íbamos a descubrir esa cerveza